A sus 74 años, Ana Belén sigue huyendo de los focos… pero solo para regresar a un rincón muy iluminado por los recuerdos. Cada vez que puede la artista, de voz inconfundible, se escapa "de manera clandestina" al pequeño pueblo segoviano, en el que pasaba cada verano durante su infancia: Cabezuela.
Lejos de alfombras rojas, allí lo único que suena es el canto de las cigarras y el viento entre pinos. Un lugar ideal para desconectar y volver a tus raíces, sobre todo si eres una cantante tan reconocida como Ana Belén, que tuvo que pagar el precio de la fama.
El pequeño y auténtico pueblo de Castilla y León vio crecer a esa niña, que nació en 1951, y que aún mantenía el nombre de María del Pilar Cuesta Acosta, a ojos de todo el mundo. Antes de convertirse en Ana Belén, la artista pasó los veranos entre la vorágine urbana y la calma de la casa familiar, en Cabezuela.
La infancia de Ana Belén en Cabezuela
Algunas de sus rutinas eran levantarse con el tañido de la campana de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, recorrer las callejas empedradas y observar cómo su abuela Matilde enseñaba a los niños de la escuela.
Sin cámaras ni reporteros, Ana Belén recorre la calle que lleva su nombre, mantiene la mirada en la iglesia románica y descubre con nostalgia el potro de herrar, y lleva flores a la tumba de su querida maestra, su abuela. "Siempre me gustó venir con mi familia", admitió para Castilla y León Televisión durante su regreso público al pueblo.
Cada vez que la cantante visita el pueblo, es como si estuviera viviendo en un flashback continúo. Al pasear por las calles de Cabezuela, recuerda a esa niña que un día fue, y se ve corriendo por los senderos entre pinos con aroma a resina y a pan recién hecho.
En su Cabezuela no hay cámaras ni clubes VIP: solo una mujer que, tras décadas de escenario, busca conectar con su yo más simple. Con cada paseo redescubre esas sensaciones puras: el silencio compartido bajo el pinar, los charcos formados por la presa del Molino Mesa y una atmósfera familiar que transmite este municipio de poco más de 700 vecinos.
El pueblo segoviano tiene un encanto único, y aún mantiene los espacios más reconocibles y que más le gustaban a la cantante. No es de extrañar, que Ana Belén siga dándose unas escapadas al lugar que la vio crecer y que sigue manteniendo belleza, tradición y una tranquilidad única.
Tradición y costumbres
Quien visite Cabezuela podrá visitar la iglesia románica de Nuestra Señora de la Asunción, con su pila bautismal y retablo manierista, así como la Ermita del Santo Cristo del Humilladero, que se encuentra en el epicentro del pueblo.
También está la Casa Panera, un emblema del siglo XVII que hoy sirve como espacio para actos culturales. Además de lavaderos cubiertos y el potro de herrar, que han sido testigos de auténticas historias rurales.
Pero si lo que quieres es una buena fiesta y celebrar con los que más te importan, no te preocupes porque 14 de septiembre, Cabezuela se transforma.
En esta fecha, el pueblo celebra la Octava del Señor y rinde homenaje al Santo Cristo del Humilladero. Procesión, misa, ofrenda de productos locales, subasta, encierros campestres y música en la plaza. También se mantiene la tradicional hacendera, jornada colectiva de arreglo de caminos, y la sifonada, guerra de sifones que baña de espuma la fiesta coterránea.
De esta forma, el pueblo revive con vermuts en la plaza, charangas y orquestas interminables. Los visitantes, entre ellos Ana Belén, encuentran la autenticidad que se echa de menos en el turismo moderno. En estas mismas fiestas, la cantante dio el pregón en 2013, devolviendo al pueblo su propia historia.
Ana Belén sigue siendo un referente musical y cinematográfico, pero en Cabezuela se hace invisible para entrelazarse con algo más grande: la identidad de un pueblo y la memoria de una niña. Su vuelta es un aplauso sin micrófono, un tributo al hogar y al reencuentro con el origen.